En la revista Política y Gobierno del Centro de Investigación y Docencia Económicas se publicó en el primer semestre de 2011 el artículo: El estado de la ciencia política en México: Un retrato empírico.
Me sorprendió su publicación. Había visto ya un avance en un congreso, en el cuál me atreví a criticar la metodología y las conclusiones de los autores. Mi sorpresa fue que los asistentes al Congreso en lugar de ceñirse a lo que se decía en la exposición empezaron a alabar al autor. Parecía que no importaba lo que había escrito, lo importante era su personalidad y su «buena onda», según alcanzó a señalar una asistente. Todo hubiera sido una anécdota, dado que conozco a uno de los autores, a no ser que vi luego el texto publicado en una revista de prestigio académico.
Entonces me dí a la tarea de escribir mis argumentos contra el artículo. Y sí, digo contra, porque desde mi punto de vista genera muchos sesgos para la comprensión de la ciencia política en México. La revista Política y Gobierno, que yo sepa, sólo ha publicado una crítica con todas sus letras. Escrita por el Profesor Ugo Pipitone sobre el libro de Fernando Escalante Gonzalbo, Ciudadanos Imaginarios. La crítica del Prof. Pipitone parece ser que pasó de noche, pues aunque sus argumentos son sólidos, hoy el texto de Escalante Gonzalbo es considerado como un clásico contemporáneo. Incluso la hoy extinta revista Metapolítica le dedicó un número allá por el 2005.
Criticar en México a los académicos e intelectuales está mal visto. Por eso nuestra ciencia está ensimismada en un parroquialismo asfixiante. Es común asistir a esas presentaciones de libros dónde los halagos se desbordan al grado que terminan en la pedantería: «Esta obra viene a llenar un vacío…»; «Usted ha colmado la sed de saber sobre un tema olvidado»… y cosas por el estilo.
Decidí escribir la crítica al texto El estado de la ciencia política en México: Un retrato empírico, la envié a la revista dado que según su misma página señala que reciben «crítica al material publicado«, pero después de nueve meses no he recibido respuesta. Esperaba que fuera una contribución que llamara la atención, pero quizá no llega a la calidad de las que se publican en esa revista. No obstante, dado que este es un espacio abierto, la presento con los mismos argumentos que me llevaron a escribirla: es una buena contribución, pero hay que leerla con cuidado, de otra forma terminaríamos creyendo cosas que no son.
He aquí mi crítica.
Ciencia Política en México, sí pero… ¿cuál?
Son muy pocos los análisis estructurados y con referencias empíricas sobre el hacer de la ciencia política en México, por ello es encomiable la publicación de un artículo como “El estado de la ciencia política en México: Un retrato empírico” (Política y Gobierno, Vol. XXVIII, Núm. 1, 2011) de Mauricio Rivera y Rodrigo Salazar. Se puede considerar, en efecto como señalan los mismos autores, uno de los primeros análisis sistemáticos sobre el desenvolvimiento interno de la disciplina.
El artículo es sugestivo pero tiene, desde mi punto de vista algunos sesgos y confusiones conceptuales que distorsionan el análisis en su conjunto y por lo tanto debilitan la solidez de las conclusiones. La virtud del artículo es que invita a reflexionar sobre el hacer en la disciplina, no obstante, utilizando el mismo lenguaje de los autores, sí es un retrato empírico de la ciencia política mexicana pero, si cabe la expresión, con el abuso del photoshop. Los aspectos criticables son los siguientes.
1. La Ciencia Política no se puede reducir a aquella que se publica en revistas. Ese es el argumento del famoso correo electrónico “On the irrelevance of APSA and APSR” de Mr. Perestroika (2000) que inició un debate sobre la ciencia política norteamericana. El otro argumento conocido es de Sartori quien según los autores “(re)inauguró” un debate sobre la disciplina en Estados Unidos; una postura no tanto novedosa de Sartori en contra de la ciencia política estadounidense que viene reelaborando desde el primer número de la Rivista Italiana di Scienza Politica. Más aún, Sartori no critica a la ciencia política norteamericana de algunas revistas influyentes por su excesivo cuantitativismo, sino que su “reproche” es que “se cuente sin pensar”. Es decir, que se clasifique el carácter científico de alguna investigación en función del uso que haga de técnicas de análisis cuantitativas sin antes desarrollar una precisa conceptualización y un buen diseño de investigación. En síntesis, Sartori critica el ineficiente uso de técnicas sin razonamientos, no su utilización, que en sí mismas no son dañinas para el avance de la ciencia política.
Pero siguiendo con el argumento de Mr. Perestroika, no sólo se remitía a los sesgos que se pueden encontrar en ciertas revistas académicas de la disciplina, señalaba que los grandes politólogos, los más leídos y seguidos por la academia no siempre publican en determinadas revistas, consideradas en petite comité como las más prestigiosas. La razón es que, por ejemplo en la más paradigmática de ellas, la American Political Science Review, se percibe la existencia de ciertas limitaciones a la innovación y un excesivo sesgo hacia un específico canon metodológico.
Aunque es verdad que, como señalan los autores, existe cierta dificultad de hacer un análisis a partir de los libros publicados, no es una empresa difícil si se aplica una metodología diferente al simple “contar” artículos. Una alternativa ya utilizada en Brasil es seleccionar una muestra a partir de entrevistas a académicos y profesores de la disciplina de diversas universidades. Lo que ofrece una perspectiva menos sesgada porque se acude a quienes la practican y la enseñan. Efectivamente los autores prefirieron una estrategia sobre otra, pero en ello está precisamente el sesgo, por lo que habría que matizar sus conclusiones. Nadie pone en duda la reputación de las tres revistas seleccionadas: Política y Gobierno, Revista Mexicana de Sociología y Foro Internacional, pero decir que son las mejores parece no estar sólidamente justificado, pues en su selección se deja fuera aquellas con igual tradición en los estudios politológicos como la Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales o Estudios Políticos.
2. No hay una definición operativa de Ciencia Política. La falta de una definición que delimite las “prácticas” y las “temáticas” es lo que genera los principales sesgos en todo el artículo. En este sentido no está de más recordar a Norberto Bobbio en el Diccionario de Política (1983), para quien la ciencia política se puede entender en un sentido amplio o en un sentido estricto. El primero, abarcaría todos aquellos estudios que se engloban en lo que se conoce como “Ciencias Políticas”, esa tradición de estudios políticos llevados a cabo con “sistematicidad y con rigor” y que pueden partir de una perspectiva histórico-descriptiva, combinar esquemas sociológicos, filosóficos u económicos, etc. Entendida así, la ciencia política desarrolla análisis partiendo de premisas deductivas. En sentido estricto, la ciencia política es el estudio empírico de la política que se ayuda de técnicas sofisticadas de análisis estadístico, técnicas econométricas e incluso de modelos económicos de la política. Ésta es la ciencia política que los autores analizan en su artículo; es decir, un tipo de ciencia política en específico dejando fuera la otra u otras tradiciones de análisis político. Este sesgo reduce a la ciencia política a aquella que sólo hace inferencias causales a partir de un esquema de investigación dado. No hay duda de que muchos politólogos aspiran a hacer esto, pero también es cierto que ello no es posible si no existen algunos elementos previos. Existen trabajos politológicos que tienen como mérito el sistematizar información, hacer un balance de teorías, o exponer simplemente una descripción de fenómenos que poco o nada se han estudiado. Eso también es hacer ciencia política. Pero los autores se reducen a estudiar sólo aquellos trabajos que hacen inferencias causales como si las otras maneras de hacer ciencia política no fueran propiamente ciencia, sesgo que podría ser producto de la influencia del famoso libro de King, Keohane y Verba (1994) que defiende la idea de que la lógica de la investigación cuantitativa y cualitativa es la misma. Los autores del artículo debieron acudir a la también famosa crítica elaborada por otros científicos sociales en Rethinking Social Inquiry (2004) en el cual se muestra que uno de los grandes problemas en centrarse fundamentalmente en la inferencia causal es olvidarse prácticamente de los fundamentos lógicos de la investigación y sobre todo, en la búsqueda de dicha causalidad se prefiere “aumentar el número de casos” en detrimento del análisis cómo si más casos en sí mismo generaran mejores teorías.
3. La ciencia política en México no es “defeña”. Éste quizá sea el sesgo más perturbador. No está por demás decir que es de mal gusto –por decir lo menos- que los autores continúen con esa tendencia de afirmar ese centralismo académico que tanto daño hace a la ciencia en México al referirse como “provincia” a todo lo que está fuera de la Ciudad de México. Los autores asumen que la “ciencia política mexicana” sólo se desarrolla en la capital del país. Una cosa es que, si seguimos sus argumentos, se prefiera publicar en ciertas revistas y en eso no hay duda en lo que dicen, pero otra es asumir, partiendo de un sesgo localista, que la ciencia política mexicana es la que se desarrolla y publica en el Distrito Federal.
4. Finalmente, los autores utilizan dos definiciones de política comparada, una de ellas mal planteada. La política comparada no es comparar sistemas políticos y el estudio de caso no es el análisis de “un caso”. Los autores primero entienden la política comparada como “la comparación sistemática entre sistemas políticos” (p.88) y luego afirman que utilizarán otra definición “más amplia” señalando que el método comparado es el estudio comparativo de dos o más unidades. En efecto, la política comparada no se ocupa de comparar países, sino unidades de análisis, pero sobre todo sus propiedades y sus cambios de manera diacrónica o sincrónica, y un “caso” igualmente es una unidad que siempre se compara con un antes y un después. Siguiendo a los autores ¿es que en México existen diversas formas de entender la política comparada?
La crítica siempre ha sido uno de los motores de la ciencia, las observaciones anteriores tratan de subrayar que la contribución de Rivera y Salazar es relevante para el estudio de la ciencia política en México, pero que debe ser leída con atención y sin pasividad pues puede generar visiones distorsionadas de la realidad y para que dichas debilidades no se repliquen en futuros estudios sobre la ciencia política en México.
Me parece que es una crítica pertinente, Fernando, que valdría la pena reproducir en otros espacios. ¿En verdad no has tenido una sola respuesta de parte de PyG?
Ahora bien, más allá de los problemas que supone estudiar una disciplina exclusivamente con base en sus revistas, amén de lo que en el texto se entiende por «ciencia política» o a «política comparada», creo que el mayor sesgo del artículo es producto metodología para seleccionar a las 3 revistas. Según los autores, éstas se seleccionaron “[c]on base en un doble criterio de consolidación que incluye antigüedad e impacto” (p. 77). Y, posteriormente, que “[p]or antigüedad hemos incluido a la Revista Mexicana de Sociología, cuyo primer número apareció en 1939, y a Foro Internacional, que comenzó en 1960. Por impacto hemos incluido Política y Gobierno, que es la única revista mexicana íntegramente dedicada a la ciencia política, a la vez que es también la única de nuestro país incluida en el Social Science Citation Index” (p. 78).
Parecería que se trata de un “criterio” hecho a la medida. Y es una verdadera lástima, pues si la muestra fuera realmente representativa, nos serviría para tener un panorama general de lo que se actualmente se publica en México. Y eso hubiera sido una contribución por demás valiosa.
Estimado Fernando:
Concido con todo con casi todos tus puntos, sólo cabría observar dos cosas: primero cuando afirmas que el trabajo de Salazar, et al es uno de los primeros estudos empíricos o sistemáticas, olvidas que yo encontré más de 140 trabajos que se han ocupado del tema desde 1957, y que dentro de estos trabajos generales al menos media docena son investigaciones «mayores», amplias, con fuentes primarias, sistemáticas y formales sobre el estado de la disciplina en México, sólo recordaría a Meyer, 1979, Cordero, 1884, Suárez Iñíguez 1987, Torres Mejía 1990, Zamitiz y Alarcón, 1999, Valdés, 2007, y un servidor, 2008. En segundo lugar creo que tus críticas son demasiado amables, incluso cortas, por ejemplo, a) no hay elementos teóricos-interpretativos que justifiquen el análisis, es decir, en todo caso bibliometría, cienciometría, institucionalización de las disciplinas, etc. b) no hay tampoco tratamiento conceptual como bien dices, pero específicamente se haceb nominaciones arbitrarias en el conteo, ¿como saber que estudio usa causación o no? yo mismo como sabes traté de hacer una clasifiacción y atendiendo las caracteríscas de los trabajos me di cuenta de que es muy difícil clasificar a partir de criterios básicos a los trabjao, eso ni se menciona en el artículo. Lo lamentable es que el artículo da la apariencia de que sus conclusiones estan sustentadas en la regresión de la tabla final, pero si se ve con atención por un lado la regresión es innecesaria, con gráficas de barras o de pastel como en si caso habría más aclaridad y por otro, las conclusiones no tienen nada que ver con los rsultados de la regresión, son afirmaciones de suyo que hacen los autores. Este caso, por cierto es un caso ejemplar que tristemente muestra que la publicación efectivamente tiene un ssgo o bien ideológico-cuantiativista o lo que sería peor, un sesgo con relaciones personales. Bueno esas serían mis críticas a tu crítica. Sin embargo me gustó, qué lástima que no te hayan atendido, ya ves que yo hice una reseña, y tampoco me dieron respuesta nunca, asi que ya opté por mandarla a otra revista. Muy buen análisis el tuyo. Deberías mandarlo a otra, seguro otros espacios serían receptivos. Saludos!
Joel FM