¿Son los países de América Latina propensos al populismo? ¿Todos los populismos son iguales? ¿De qué manera afectan los populismos a las democracias?
El populismo contemporáneo aparece en América Latina en un contexto caracterizado por algunas disonancias como la aceptación de las elecciones como la única vía legítima de acceso al poder, pero al mismo tiempo, y de acuerdo con el Latinobarómetro (1995-2018) una creciente desconfianza hacia los partidos y una permanente percepción de fraude en las elecciones. Igualmente existe una mayor aceptación de la democracia con relación al autoritarismo, pero al mismo tiempo una creciente insatisfacción con sus resultados y mayor polarización. El populismo puede definir una manera de hacer política, a un régimen, a un gobierno, o simplemente actitudes. Como fenómeno político es temido, condenado y criticado, y difícilmente los políticos se asumen como populistas, salvo algunas excepciones como sucedió con Barack Obama en 2016 cuando se autodefinió como populista.
Estudiar al populismo implica tratar de superar algunos problemas epistemológicos y metodológicos. El mismo objeto de estudio presenta varios dilemas, primero, la relación crítica que se guarde frente al mismo, hay posiciones analíticas que ponen al populismo como un fenómeno democrático y hay otras que lo ponen como antidemocrático. Una u otra posición generan ciertos sesgos en la selección de variables y la interpretación. Desde la metodología, las estrategias también presentan problemas, es posible identificar los resultados cuantitativos del populismo, pero éstos pueden ser similares en contextos no populistas, por lo cual la variable explicativa tiende a debilitarse. Por otro lado, si bien las estrategias conceptuales y cualitativas pueden asegurar cierto control sobre las explicaciones, generan por un lado novismo, es decir, la tendencia a re-conceptualizar fenómenos que ya lo han sido orientados por la falsa idea de que el fenómeno en su versión contemporánea es diferente o que al menos requiere reelaborarse para adecuarse. Por otro, se identifican variables que tienden a estar sesgadas por los liderazgos populistas y no por los contextos y estructuras en las que se desenvuelve. Otro problema deriva propiamente de la atención académica que el fenómeno populista tiende a generar. La bibliografía (libros y artículos académicos, y no solamente) tiende a aumentar creando una verdadera Torre de babel en torno al populismo, haciendo casi imposible un diálogo que permita su comprensión.
En este sentido, este artículo tiene tres objetivos, primero, ofrecer una panorámica histórica de los populismos en América Latina identificándolos a partir de una conceptualización no densa y ya probada, segundo, periodizar las olas de populismo en la región tratando de ubicar las variables que lo hacen surgir, pero observando también su duración, y tercero, diferenciar taxonómicamente al populismo a partir de sus características, el contexto y sus resultados.
De esta manera se trata de ofrecer un análisis sintético, didáctico en la medida de lo posible, de un fenómeno que acapara constantemente la atención académica y de la opinión pública, y que genera una serie de confusiones para quienes por primera vez se acercan al mismo.
La constante aparición de gobernantes populistas en América Latina convierte a esta región en una especie de laboratorio político. Es un hecho que el populismo no fue inventado ni es exclusivo de Latinoamérica, pero visto históricamente es posible identificar algunas variables continuas que permiten caracterizarlo, primero, y a pesar de su dificultad, conceptualmente, y segundo, ubicarlo empíricamente.
¿Qué es exactamente el populismo?
Hace algunas décadas Isahia Berlín señaló que el populismo es como el “zapato de Cenicienta”, existe una idea de lo que es, pero es difícil encontrarlo, porque padece de una inexactitud terminológica crónica, pues las experiencias reales pueden diferir ampliamente entre sí. Empero, hay algunos elementos que nos permiten reconocerlo. Tiende a aparecer en contextos de crisis y transformaciones político-sociales; es ambiguo per se, puede ser antiliberal y antisocialista, puede enarbolar un discurso anti-político y ser profundamente político, e igualmente abrazar la democracia y ser autoritario, al mismo tiempo. Kennet M. Roberts (1995) identificó cinco rasgos que permiten ubicarlo: primero, un patrón de liderazgo político personalista y paternalista, no siempre carismático; segundo, una coalición política heterogénea, concentrada en sectores sublaternos de la sociedad; tercero, un proceso de movilización política de arriba hacia abajo que pasa por alto los mecanismos institucionalizados de mediación; cuarto, una ideología amorfa, antielitista y anti establishment, y finalmente, un proyecto económico que utiliza métodos redistributivos o clientelistas ampliamente difundidos con el fin de crear una base material para el apoyo popular.
¿Cuáles son las experiencias populistas en América Latina?
En la región latinoamericana abundan las experiencias populistas. En la primera mitad del siglo XX están los populismos clásicos de Lázaro Cárdenas en México, de Getulio Vargas en Brasil, y de Juan Domingo Perón en Argentina. Luego, durante la segunda mitad del siglo XX aparecen los populismos de fuertes tendencias nacional-populares, como Víctor Paz Estenssoro en Bolivia, Carlos Ibáñez en Chile, Velasco Ibarra en Ecuador, Echeverría Álvarez en México, mientras que en Perú se presentaron los casos de Belaúnde Terry, Velasco Alvarado y de manera muy tardía, Alan García. Otros líderes populistas, que si bien nunca fueron presidentes, si influyeron de manera decisiva en su país, como Haya de la Torre en Perú, Eliécer Gaitán en Colombia, y Cuauhtémoc Cárdenas en México. Para los años noventa del siglo XX, se presenta un tipo de neo-populismo de corte neoliberal, entre los que se encuentran los gobiernos de Carlos S. Menem en Argentina, Collor de Mello en Brasil, Carlos Salinas en México, Alberto Fujimori, en sus inicios, en Perú, y Jorge Battle en Uruguay. Pero el Siglo XXI verá aparecer un nuevo populismo, esta vez anti-neoliberal y muchas veces antidemocrático liberal, precisamente como respuesta al periodo anterior. Entre estos están Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, y Daniel Ortega en Nicaragua. A estos casos se han sumado en los últimos años Andrés Manuel López Obrador en México, y Nayib Bukele en El Salvador.
Ahora bien, no todos los gobiernos populares son populistas. En determinados momentos a Lula da Silva, así como a Dilma Roussef en Brasil se les calificó de populistas, pero difícilmente entran en esta clasificación, si bien pudieron tener comportamientos populistas, no fue la característica de todo su gobierno. Lo mismo aplica para los gobiernos de José Mújica en Uruguay, y de Michelle Bachelet en Chile, por cierto, el único país de América Latina que ha estado exento de la presencia de gobiernos populistas.
Los populismos también pueden fracasar, sea por factores exógenos o endógenos. Así sucedió con Abdalá Bucaram en Ecuador quien fue destituido pocos meses después de aumir la presidencia por el Congreso alegando incapacidad mental, Manuel Celaya en Honduras que fue depuesto por medio de un Golpe de Estado; y quizás también los casos de Fernando Lugo en Paraguay, y el de Ollanta Humala en Perú, en ambos casos en poco tiempo perdieron legitimidad y terminaron con gobiernos en crisis, y al final y sustituidos por medio de elecciones.
¿Cuándo debemos preocuparnos por la aparición de los populismos?
Los populismos del siglo XXI se caracterizan por aparecer en tiempos de crisis de la democracia, en contextos de debilidad de los sistemas de partidos, por lo cual crean sus propios partidos-movimiento como vehículos de movilización. Ascienden por la vía electoral pero ponen en crisis a las instituciones electorales. Usan de manera intensiva los mecanismos de democracia directa pero cuestionan los resultados de la democracia representativa cuando no les favorecen. Por ejemplo, Chávez y Morales activaron cinco veces los referéndums, y Correa cuatro, mientras que López Obrador activó cuatro consultas fuera de la ley para justificar decisiones ya tomadas, y una sola consulta legal para una pregunta ambigua sobre el actuar de las autoridades. La eficiencia de las políticas populistas a la larga no es muy clara, salvo contadas excepciones, pues tienden a profundizar problemas pre-existentes y que fueron catalizadores de su ascenso, por ejemplo, los indicadores muestran que bajo los populismos aumenta la corrupción y disminuye la eficiencia del Estado de Derecho.
Los populismos del siglo XXI usan intensivamente los medios de comunicación y principalmente las nuevas redes sociales para comunicarse “directamente con el pueblo”, pero al mismo tiempo para denostar a los poderes de control horizontal. Lo más preocupante, están muy cerca de las fuerzas armadas, sea porque son parte de su coalición gobernante como en Venezuela y Nicaragua, o porque las usan para sus “fines sociales”, como en Bolivia y México. Pueden transformarse en regímenes autoritarios como sucedió en Venezuela a la muerte de Hugo Chávez y es lo que está sucediendo en Nicaragua con Daniel Ortega, y en El Salvador con Nayib Bukele, mientras que en México bajo el gobierno de López Obrador, hay fuertes deslizamientos autoritarios que todavía han sido contenidos por las instituciones de control horiontal, pero es importante estar atentos. Las consecuencias del populismo dependen del contexto, si las instituciones de los Estados son fuertes y la democracia está ampliamente aceptada, el populismo puede reconfigurarlos pero sin degradarlos, pero si las capacidades institucionales del Estado son débiles, y la democracia no está fuertemente arraigada pueden derivar en regímenes autoritarios.