Aborto: cuestión de salud pública, no moral

Desde la perspectiva de la política y el Estado, el aborto no es una cuestión moral, es de salud publica. No se trata si estar de acuerdo o no con el aborto, tal discusión nunca se va a terminar. Hay muchas mujeres que abortan, punto. Si lo hacen por cuestiones de salud o porque fueron violadas tienen todo el derecho; o si lo hacen  porque no tienen dinero,  no quieren tener el hijo, etc. esa es una cuestión personal. Sea por el motivo que sea, el Estado debe procurar que, como cualquier intervención quirúrgica, se haga bajo medidas sanitarias óptimas.

Prohibirlo o penalizarlo no impide su práctica y de hecho aumenta la clandestinidad y el número de mujeres que pierden su vida o sufren secuelas negativas. El aborto no es una práctica que se circunscriba a una clase social, lo hacen mujeres de clases altas como mujeres pobres, católicas o de otras religiones.  La diferencia estriba en que, si está prohibido, unas acuden a un hospital privado y pagan por un buen servicio, mientras otras acuden a practicantes   clandestinos poniendo en riesgo su vida.

Cuando la mujer sufre una violación, o su vida está en riesgo, está en todo su derecho a abortar, como se supone que una buena ley debe permitírselo y médicos con ética deben practicárselo, y en éstos casos o similares, no cabe el argumento ni de conservadores (el derecho a la vida) ni de liberistas (el derecho a decidir). Tan extremo es argumentar que una mujer que aborta es que no está a favor de la vida y que por tanto habría que castigar su conducta, como aquellos que dicen que están en su derecho de hacer lo que quieran. Ambos argumentos pertenecen al ámbito privado y deberían quedarse allí. El Estado y los gobierno lo único que deben asegurar -de nuevo- es que si una mujer tiene o desea practicarse una aborto se haga bajo medidas de salubridad.

En general, decidir por el aborto no es una decisión fácil, son pocas mujeres que se pueden jactar de haberlo practicado sin sufrir consecuencias psicológicas. Si la decisión personal es complicada, el Estado no tiene porqué complicarlo más.

Las sociedades latinoamericanas tienen muchos tabus, y el aborto ha sido uno de ellos (ya no digamos el divorcio o la homosexualidad). Sobre el aborto existen muchos mitos, y uno que esgrimen los más conservadores, apoyados en la iglesia católica, es que la vida comienza desde la concepción. Tabus y mitos de ésta naturaleza difícilmente van a desaparecer. Históricamente, van y vienen.

Si no me equivoco, Voltaire dijo una vez que «la ley ha hecho a ritmo de caracol lo que debería ser  a vuelo de águila», por ello no debería sorprender a varios ‘juristas’ y ‘estudiosos del derecho’, argumentar que la ley debo proteger al ser humano desde la concepción (una postura de origen católica, que otras religiones como el judaísmo o le hinduísmo no compartirían). Y más aún, argumentan con ejemplos sobre los cuales no existe objeción, como aquellos de ‘¿y si a tí te hubieran abortado?’, y otros similares.

Estos y otros deberían recordar que la idea «el ser humano existe desde la concepción» es muy reciente: durante muchos siglos, la mortalidad infantil era tan alta, que incluso los niños -salvo en las clases altas- no tenían tantos cuidados como en la era contemporánea (XIX y XX). El embarazo era un periodo ambiguo en la vida de las mujeres. Fueron los avances de la medicina que al mismo tiempo trajeron consigo una visión diferente de la infancia y el embarazo.

En el caso de México, pero también en Argentina y Chile -por mencionar-  muchos políticos y «representantes de la sociedad civil» todavía viven en el siglo XIX. Argumentos del tipo «el feto es un ser humano», como «derecho a decidir» llegan a ser a veces tan extremos en su postura que olvidan lo importante: la salud de la mujer, y por lo tanto, de la sociedad.