Los gobiernos no escriben la Historia

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Por F. Barrientos

La Historia política de la humanidad está repleta de ejemplos en los cuáles los gobernantes han tratado de otorgar a los gobernados un conjunto de símbolos basado en una relectura de los hechos del pasado para darle sentido a su presente. Denominar a un periodo de gobierno a partir de una interpretación sesgada de los hechos del pasado es un acto arbitrario que se funda en la necesidad del reconocimiento del que gobierna por quienes son gobernados, una especie de sentimiento de inferioridad moral de propios líderes ó preludio de un fracaso que desea ser evitado tratando de entrar en las mentes de las personas con el objetivo de legitimarse en una lógica de continuidad con el eterno ayer.

Quizá uno de los ejemplos más antiguos es el poema épico la Eneida, escrita por Virgilio “por encargo” del primer emperador romano, Octavio Augusto, sucesor de César en el siglo I a.c. El poema trata precisamente de la vida de Eneas, héroe de la guerra de Troya, quien escapa en la noche en la cual es asaltada la ciudad, y vaga durante siete años en la búsqueda de la tierra que los dioses han prometido. Después de varias peripecias similares a las que sufre Ulises en la Odisea de Homero, desembarca en Sicilia, donde una Sibila le deja hablar con las almas que construirán el Imperio Romano, desde los primeros reyes hasta Augusto, quien precisamente usó esta historia para justificar su linaje y por lo tanto legitimar su gobierno.

En el siglo XX, los intentos de reinterpretar la historia fueron obra de los regímenes más nefastos. Benito Mussolini en Italia en los años veinte instauró un conjunto de iniciativas orientadas a crear un culto hacia “el nuevo Estado”, se incorporaron al lenguaje político cotidiano palabras tales como “austeridad” frente a “fastuosidad”, la “voluntad del pueblo” frente a “destino”; “Victoria”, “Gloria”, y “Reconocimiento” sustituyeron “sacrificio”, “holocausto” y “caídos”, términos y palabras que signaban apenas los eventos del pasado reciente. El fascismo se afirmaba como una autorepresentación de la restauración de la grandeza del pasado de la antigua Roma, y trató a toda costa de entrar en las mentes de las personas como la “solución” a los males de la época. Por su parte, el nazismo en Alemania en los años treinta impuso la idea del “Tercer Reich”, pues se autoconsideraban como sucesores históricos del Sacro Imperio Romano (962-1806) y del moderno Imperio Alemán (1871-1918), y como sabemos, se fundaba en un fuerte sentido nacionalista, racista e imperialista.

Intentar reescribir la historia desde la cima del poder político siempre tiene efectos adversos a los objetivos que se buscan. Tiene efectos temporales, puede ayudar a legitimar al gobierno en turno; pero la legitimidad se gana o se pierde día a día, por lo que los usos políticos de la historia por lo regular tienen efectos menores y a corto plazo. Fácilmente se olvidan esos esfuerzos, como se observaba en los dos primeros siglos del Imperio Romano: a la caída de los emperadores, a sus estatuas solo se les cambiaban las cabezas por las del nuevo emperador, a pesar de sus intentos por trascender el tiempo en la memoria colectiva. La Italia fascista y la Alemania nazista no pasaron a la historia como sucesoras de grandes proyectos políticos, sino como tragedias que nos recuerdan hacia dónde no debemos orientar la acción política. Al final, quienes escriben la historia juzgan esas denominaciones que los gobiernos en turno tratan de imponer.

Estos y otros ejemplos deberían alertar a Andrés Manuel López Obrador, a sus seguidores, y a aquellos que acríticamente han adoptado el término “Cuarta transformación”, que se basa precisamente en un intento absurdo y sesgado de interpretar la historia, pero mas aún, que esconde un miedo a ser señalado en el futuro por su factible fracaso. Lo malo de esta historia es que para la mala suerte de México, y al menos por lo que se observa en sus primeros días de gobierno, se están empeñado en que ello sea posible. Que los gobernantes se dediquen a gobernar, que ya serán otros los que escriban sobre sus aciertos y fracasos.